Estuve en un concierto del dúo cómico-gamberro-musical Los Gandules en el que dedicaron la mitad de la noche a mofarse de aquellos grupos que afirman que actúan por “defender sus canciones en directo”.
Bromas aparte, y tal y como está el patio, el hecho de tocar en vivo es indispensable para todo músico que se quiera ganar unos euros, ya que obtener ingresos por la venta de discos está complicado.
Volviendo a nuestro mundo, el del vino, los enólogos tampoco se salvan de actuar en vivo para defender sus canciones, perdón, sus vinos.
Recientemente asistí a una cata de Rafael Palacios. Confieso que de entrada me infunden cierta animadversión los personajes estrella, sean enólogos, músicos o lo que quiera que sean, y sin duda Rafa Palacios lo es. Pues bien, mis irracionales antipatías se vinieron abajo nada más sentarme en la cata. A Rafa Palacios le faltó el tiempo para acercarse a saludarnos y estrecharnos la mano. Disto mucho de ser el tipo de persona que se gasta dinero en vino (es lo que tiene ser un paupérrimo estudiante) y por supuesto no me conoce de nada, así que con ese simple gesto ya me ganó.
Posteriormente hizo una magnífica, y trabajada, exposición de su “visión, misión y objetivos”. La opinión de Louro 2010, 2011 y 2012, As Sortes 2012 y 2011, O Soro 2009 y finalmente un vino dulce que no está a la venta, Sorte dos Santos 2011 Vendimia Tardía, me las reservo para no despertar odios ni envidias entre mis escasos lectores, si es que hay alguno.
El hombre oxigenó a conciencia los vinos (¡los abrió a las 8:00 de la mañana!), se trajo sus copas Riedel…
Al concluir la cata, y en estado de éxtasis místico por la ingesta de unos vinos de una calidad a la que no acostumbro, no pude cuanto menos que acercame a felicitarle y darle las gracias, a lo que me respondió con una bofetada cariñosa. Ahí ya me rompió… (Nota: por si quedan dudas, que quede claro que soy hetero-hetero).
Bien es verdad que esos godellos se defienden solos, pero la “actuación” de Rafa Palacios fue cuanto menos brillante.
Esta vez Rafa Palacios jugaba en casa y en un entorno favorable, cosa que no siempre sucede. Compadezco a los pobres enólogos, bodegueros, trabajadores de bodega varios… a los que les toca hacer trabajo de calle en botellones institucionales, ¡ejem!… perdón… catas populares.
A estos eventos la muchedumbre básicamente acude a beber vino, cualquiera y en cantidad. Por lo que el pobre enólogo se verá asaltado por hordas de vinateros demandando sus dosis etílicas.
Las caras que se ven detrás de los mostradores suelen ser todo un poema; recuerdo especialmente a un francés sirviendo dosis adecuadas, que no copazas como querían muchos, de un Semillón de licoroso de Burdeos siendo casi insultado por la marabunta. Miserable, fue lo más fino que se escuchó.
A veces esas situaciones de tensión para el enólogo/bodeguero causan no solo que desperdicien unas cuantas botellas de vino sino algo peor: una nefasta publicidad. En uno de estos eventos se me ocurrió ir a probar un vino rosado a última hora. El bodeguero me advirtió de que no estaba muy frío, yo, por ser educado y no poner pegas, dadas las horas, comenté que no pasaba nada… El tipo lo debió tomar como un “a-estas-alturas-me-da-igual-todo” y me dijo con sorna: “sí, ya veo que te da igual”. No sé qué cara debí poner al sentirme llamado borrachuzo, buena no debió ser, porque a pesar de que no le contesté nada, el hombre cambio de color y balbuceando soltó: “bue-ee-no… que no lo digo por nada ¿eh?” Puede que estuviese harto de aguantar borrachines, y en cierta manera lo puedo entender, pero no me hizo gracia que me llamase beodo de forma gratuita. Puede que sea injusto, pero desde entonces evito esa bodega.
Así que, amigos bodegueros, enólogos, trabajadores varios… paciencia y más paciencia. Hay que tener asumido que en esos eventos se va a malgastar parte de la cosecha pero, a pesar de ello, no olvidar nunca que se está allí para defender el producto.
Aunque solo sea una pequeña fracción del público, algunos vamos a descubrir vinos y bodegas. A veces, incluso acabamos haciendo gasto, reducido eso sí, que somos pobres estudiantes.